De la confrontación política, al diálogo cordial

7 de mayo de 2020Juan Carlos Torres Trillos Opinión

Por: Juan Carlos Torres / @soyjuanctorres

Nos acostumbramos tanto al debate ensordecedor, de insultos y confrontación, que nos asombra una conversación política entre contrarios, amistosa y de mutuos elogios, cuando debería ser al revés. Hemos encontrado identidad en la emoción que produce el choque en el debate, olvidando que lo cortés no quita lo valiente, que los buenos modales no están reñidos con la firmeza de las ideas; que el debate es una cosa y las relaciones humanas otra.

El diálogo cordial, lejos del debate político y de las diferencias partidistas e ideológicas, entre las senadoras Angélica Lozano y Paloma Valencia, enhorabuena, nos dicta reflexionar sobre la preeminencia de los valores y el relacionamiento del ser humano, al margen de las filiaciones políticas y convicciones.

Es natural que el debate, en virtud de la pasión propia del individuo, y en razón del contexto particular que lo motiva, se desarrolle en la efervescencia y la conflagración. No obstante, ha sido tal el escalamiento de esta premisa de discordia y de posturas irreconciliables, que ha cobrado amistades y familias en el debate social.

Esta polarización exponencial, presente en todos los niveles de la sociedad, que parece no perdonar el diálogo político entre extremos, es la antítesis de la paz y reconciliación por la que tanto hemos luchado y por la que hemos exhortado a los actores del conflicto armado.

Ha sido tal la desnaturalización del debate conceptual, que ha tomado formas de simplificar al distinto, con ataques a la persona y no a las ideas, lejos del debate central, técnico y argumentativo. Los niveles de intolerancia se han propagado en mayor magnitud que el Covid. Es esa sensación de impotencia cuando nos contrarían y no nos adulan, las que nos impulsa a la agresión y la enemistad.

El debate agitado y caluroso es milenario, y nada lo cambiará; sin embargo, la insostenible situación de intolerancia y polarización, dejan al descubierto la necesidad de fortalecer las relaciones interpersonales para la conveniente convivencia social.

No importa qué tan incendiario, provocador o bélico puede llegar a ser el adversario en el debate, eso lo define a él, no a nosotros; y no por ello, debemos comportarnos igual. Las diferentes expresiones en el debate, hablan más de la personalidad del individuo que de las ideas que se quieren transmitir.

Es erróneo suponer que contribuimos al debate constructivo y democrático irrespetando las ideas de los demás y siendo intolerantes y agrestes con quienes cuestionen nuestra opinión.

Mientas los “perros bravos” se sacan los dientes en público y se saludan cordialmente y sonríen en privado, y otros se reparten la coima con whisky; algunos pierden amigos, parientes y oportunidades inútilmente, por el rechazo a la crítica y por tomarse a pecho las réplicas a sus ideas o líderes.

No se tomen el debate en política personal. Sean como Chaplin, porque, “al fin de cuentas, todo es un chiste”.

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